Arturo Pérez Barrachina
Inspirado por los juegos y los mundos que mi padre me quiso mostrar, comencé a escribir historias de piratas bucaneros durante las vacaciones familiares. «No quedan días de verano, el viento se los llevó y un cielo de nubes negras cubría el último adiós...» eran días de tormenta, la playa estaba llena de medusas, y a falta de arena para hacer castillos, fueron letras jóvenes e imaginación. Aquellas fueron historias erráticas y onomatopéyicas que exprimieron mi imaginación. Sí. De historias de piratas a poeta (si se me puede llamar así).
Cuando era pequeño gozaba de una horrible ortografía, y mi padre a problemas grandes soluciones gigantes me mantuvo noche tras noche persiguiendo al Quijote, la versión extendida, la anacrónica, esa que liga con della. Años más tarde, en mitad del caos de la adolescencia, descubrí el ritmo en mis textos. También la pereza de extenderlos más de cinco páginas. Y así, en la mejor de mis piraterías. Abracé la brevedad del poema que aquí presento como mi primera obra, La tribu de las letras.